Todo sigue despierto (Mientras nosotros dormimos)

Por Santiago Andrés Gómez

No sé si la crítica sea, en últimas, un arte propio, parte de la literatura, e hija del cine, o si acaso no exige de su autor sino un juicio certero, o aquello que llaman, sin definirlo nunca bien, buen gusto. El caso es que Andrés Caicedo fue un artista en su crítica: esta apuntaba hacia una obra propia, hacia una verdadera estética por venir. En ese sentido, siempre fue certero y siempre fue aberrado. Además, fue un artista en todo lo que emprendió, aun dejándolo sin acabar, como en varios cuentos y novelas, como en su película Angelita y Miguel Ángel, o como en el último número de su revista, la pionera Ojo al Cine.

Andrés Caicedo Estela fue criado en una onerosa familia durante los años de la dictadura de Rojas y el Frente Nacional, años recordados por ser los de una "inmediata paz ficticia", para decirlo con las palabras con las que, en otro contexto, él describió el sentimiento producido por la cocaína, la cual le sirvió para volver en su memoria a esa niñez perdida, a recuperarla, antes de matarse, el 4 de marzo de 1977, a los 25 años, luego de haber hecho lo mismo toda su breve vida en obras de teatro que se representan hoy en día con lleno total, en una escasa cinta de corto metraje que sigue y seguirá reuniendo espectadores, como un pequeño clásico del cine argumental colombiano, y en una multitud de ficciones literarias por las que se dilata y contrae el corazón de un mundo único.

Angelita y Miguel Ángel fue filmada en 1972, codirigida por Carlos Mayolo y Andrés Caicedo, y editada a mediados de los años ochenta por Luis Ospina. Es, pues, una obra pura del conocido Grupo de Cali, el mismo que definió un capítulo de la historia del cine nacional. En ella se ven los alcances del argumental y sus vacilaciones en un combo que era ante todo documentalista, con la excepción de Caicedo, quien sentía la diferencia de su modo de ser cineasta y se introvirtió tras el fracaso de la cinta, la cual no pudo resistir la tensión entre el pulso atrevido de Mayolo y el detallismo artificioso de Caicedo.

Cabe recordar que el documentalismo tenía una connotación izquierdista que hacía ver a Caicedo como un retardatario. El tiempo, sin embargo, no ha dejado que envejezcan las imágenes dirigidas por él y ha demostrado que el enriquecimiento que se prevé cuando aparece el personaje del barrio popular, era imposible. Los mismos conflictos de la película, conflictos sociales, sucedían en la filmación. Sin el concurso de Caicedo no había perspectiva y la película, sencillamente, adquiría una apariencia deforme. Ospina, el editor, supo hacer de este problema un recurso narrativo que vuelve a Angelita y Miguel Ángel un argumental y un documental a la vez, documental sobre la propia hechura del argumental.

La devoción por el cine y por los detalles ínfimos de la vida, devoción por la literatura y por la música, es lo que heredamos de Caicedo. Él nunca lo supo, pero sí pudo filmar el final de su película como lo quería: la gente bailando y la pareja en el éxtasis de la montaña. Hablar de ello es hablar de una influencia que tuvo sobre sus "pocos buenos amigos" y que tendrá por mucho tiempo en muchos más. Tal vez ese muchacho desesperado era un inmortal que no supo aguantar. Tanto más le debemos, luego. Sea este homenaje una muestra de agradecimiento.

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