Entrevista Pepe Sánchez
Del robo de un archivo fotográfico al proceso de veintidós años con una de las series más recordadas de la televisión nacional: una etapa fundamental en la vida del artista al que el 6° Festival de Cine Colombiano ha querido homenajear. Actor, director, guionista, Pepe Sánchez ha pasado por la radio, la televisión y el cine dejando una huella que no pasa inadvertida. La presente entrevista forma parte de una conversación extensa que habrá de verse íntegra en una publicación más amplia que este catálogo; fueron contertulios de Pepe el director Víctor Gaviria y el investigador Diego Rojas.
“A la casa de Chía se entraron los ladrones”, recuerda. “Habíamos guardado ahí el archivo de papá. Es decir, eran unos muebles muy lindos que él mandó a hacer, y ahí estaban los negativos por orden, marcados, fecha, todo. Se entraron los ladrones a una casa vacía, no tenía sino la obra negra, y como no encontraron más, abrieron los cajones y voltearon todo eso. Ni siquiera se las llevaron. Las placas de vidrio… Todo roto, los negativos de película vueltos nada… arrasaron con esa vaina, se salvó muy poco. Pero había, entre lo que se salvó, unas cien fotografías de fachadas de iglesias de Bogotá. Al viejo le encantaba salir a paisajear”.
¿Y era un fotógrafo comercial, Pepe? ¿Vivía de la fotografía?
Sí, vivía de la fotografía. Él tenía su estudio pero le encantaban era los exteriores, hacía fotos industriales, de fábricas, al acueducto de Bogotá.
¿Y tú cómo veías eso?
Mágico. A mí me daba un poco de claustrofobia el cuarto oscuro, el laboratorio. A papá le encantaba, pasaba horas, horas. Él mismo preparaba los químicos. Nunca compró los químicos hechos, no, él preparaba el sulfito, la hidroquinona, no sé qué. Era como un alquimista. Y cuando había contratos grandes todos en la casa teníamos que camellarle a eso. Eran cinco, diez copias de tal material… Entonces a él lo contrataba la dirección liberal para la época de cedulación. Y se iba a caballo por los campos, con su cámara, haciendo fotos a todos los campesinos de los pueblos. Y después había que identificar el negativo con las fotos, y entonces toda la familia ayudaba en esa vaina.
¿La dirección del partido pagaba la cedulación?
Sí, la dirección le pagaba a papá. Y claro, no, a los tipos no… a la gente no le cobraban.
A los campesinos no les cobraban. Y ¿aquí alrededor de Bogotá hacía el trabajo?
No. Por Santander, por Boyacá, era lejísimos.
Y lo hacía con un sentido también, digamos, de…
De colaboración de partido. De miembro del Partido Liberal.
¿Lo hacía como un compromiso?
Claro, era un compromiso de partido. Él ya lo había hecho con los conservadores.
¿Pero eso fue mucho antes del 9 de abril?
Sí, claro. El 9 de abril fue en el 48 y eso debió haber sido por el cuarenta y de ahí para atrás. Porque que yo me acuerde… en el cuarenta yo tenía seis años… sí, por ahí por esos lados.
Cuando estaban los liberales en el poder. Bueno, Pepe, ¿y eso te marcó, ese liberalismo de tu papá? Políticamente, digo.
Políticamente, el gaitanismo. Después el gaitanismo fue la gran víctima de toda la violencia. Los primeros campesinos masacrados lo fueron por ser gaitanistas, ahí empezó como una radicalización, de toda mi casa, toda mi familia, además. Entonces en los colegios participábamos en las huelgas de la universidad. Mi hermano mayor, que murió muy temprano, era muy activo, muy activista en la Universidad Nacional. Él fue médico. Y siempre nos acostumbramos a que en la casa se protestaba, era una actitud de protesta siempre. Oía mucho a papá despotricar contra los godos todo el tiempo.
¿Era una participación activa? ¿Era un activista tu papá?
Sí. Lo fuimos después nosotros, también, yo creo que más. Pero él hacía trabajos políticos soterradamente para el partido. Y eso ponía al partido en desgracia ante el poder. Inclusive, amigos y colegas de él los escondía en la casa. Había unos fotógrafos también, que los estaban persiguiendo y recuerdo que los ayudó a escapar. Los escondió en la casa y por un solar los ayudó a que se volaran, porque eran del Partido Comunista. Siempre hubo en la familia una actitud de compromiso con la lucha social.
Y el 9 de abril: ¿te acuerdas de él, Pepe?
Claro, yo tenía catorce años, trece y medio o catorce años… Nos agarró yendo para el colegio. Estudiábamos en San Bartolomé, el mayor, en la plaza de Bolívar. Y papá tenía la fotografía en uno de los locales que quedaban donde queda la alcaldía. El edificio donde queda la alcaldía, ahí había locales comerciales. Si tú vas a cualquier pueblo ahora, es la misma estructura, la plaza, en el marco de la plaza los negocios… Bogotá era un pueblito de 600 mil habitantes o algo así. Y ahí, en uno de esos locales, tenía la fotografía papá, el estudio. Nosotros íbamos ya llegando al colegio, cuando se prendió la cosa, corrió la bola de que habían matado a Gaitán, y nos refugiamos en la fotografía de papá. Mi hermano mayor se fue a ayudar a romper cosas en el capitolio porque la indignación popular… Es decir, el primer foco de agresión fue el capitolio, porque el país estaba atravesando una crisis terrible y, ante la opinión popular, era el derroche que había en la instalación de la novena Conferencia Panamericana, que revistieron el capitolio, lo alfombraron, compraron escritorios, muebles de oficina. Todo eso se sabía, pero se tomaba como un derroche gigante… Así que se completó la cosa e hicieron unas pelotas negras, unos globos negros, en cada esquina de la Plaza de Bolívar, para clavar allí las banderas de los países, y eran horrorosos. Terminaron esas pelotas negras, y eran tan feas que las desmontaron. Entonces eso, todo eso, alimentó la indignación popular y el primer objetivo para romper todo fue el capitolio. Desde ahí veíamos cómo volteaban los tranvías y los rellenaban de escritorios, de archivadores, de máquinas de escribir, rellenos y ¡fu!, les prendían candela. El primer disparo que yo sentí, lo vi salir de la torre de la catedral. Estaban reparando la catedral, había unos andamios y donde queda el reloj había un hueco central. Yo no sé si había visto antes el hueco o no, pero me imaginé que en ese momento habían hecho el hueco para disparar, pero la cosa fue que salió de ahí un disparo y un tipo cayó a tierra. Agarraron al muerto, lo levantaron y dieron una vuelta por toda… una vuelta de plaza, digamos. Después, donde está el Palacio de Justicia había también locales y había una ferretería, una ferretería que había pertenecido a la familia… eso lo trae Zalamea, Ruiz Zalamea, en una novela bellísima que se llama La garra de la champaña, si no estoy mal. Abrieron como con un abrelatas la reja, ¡run!, y empezó la gente a sacar de todo, machetes, cosas contundentes que pudieran atacar. Y luego empezó el saqueo de más almacenes. La gente sacaba comida y ropa y todas estas cosas. Todo esto lo veíamos agazapados desde el balcón del estudio de mi papá que daba sobre la plaza. Como a la cinco de la tarde salimos todos con el equipo de papá, él tenía dos cámaras alemanas muy finas, de estudio, con los trípodes, toda esa cosa, y en romería nos fuimos hasta la casa y allá nos encerramos tres días.
¿Dónde tenían la casa? ¿Dónde vivían?
Era por la calle décima, abajo. Abajito del hospital San José. Era una casa grande… Me acuerdo que por la esquina de la casa pasó un tipo con una carga de arroz, entonces mi papá prácticamente lo asaltó: deme arroz, le dijo. Y el tipo, sí, claro, con mucho gusto. Papá se quitó la gorra y la llenó de arroz porque no había qué comer en la casa.
Y oiga radio.
Ajá, y oiga radio. Primero la emisora rebelde, que se tomaron la Radio Nacional con consignas contra el gobierno y tal, pero ya después se silenció, ya controlaron todo en las emisoras. Y se oían por allá disparos y cosas en la noche, y rumores: que el ejército se va a enfrentar contra la policía, porque la policía era gaitanista. Y siempre se esperaba que pasaran cosas, pero no llegó a pasar nada.
¿Y la expectativa de ese día, lo que oías a tu hermano…? ¿Tu hermano Miguel?
No, no, Miguel no. Miguel fue el abogado. El mayor era médico, él estaba haciendo su año de práctica en la Cruz Roja. Entonces mi hermano nos dejó allá, tengo que irme para la Cruz Roja, dijo, y se fue. Y sabíamos de él cada tanto. Por ahí al otro día volvió… y al tipo le tocó cargar los camionados de muertos para el cementerio y atender heridos. Un tipo muy valioso, mi hermano. Era un tipo muy brillante, era acuarelista, escribía muy bien, fue el mejor alumno de su promoción, estudiando en libros prestados porque muchas veces no había para anatomía, para… él tenía una capacidad receptiva impresionante y fue el mejor alumno de su promoción. Murió muy joven, le dio un infarto a los 33 años. Pero me acuerdo, tengo la imagen, que pasaba por la casa diciendo ¿qué hubo?, ¿cómo están, bien? Y no sé qué, ¡ta!
¿Y cuál era la expectativa de ustedes, lo que comentaba tu papá? O sea, era algo… ¿un momento de revolución totalmente?
Sí, al principio se esperaba que la policía, que era gaitanista en su mayoría, fuera a hacer algo y a tomarse el poder. Pero ya después eso se olvidó, ya después vino el pánico y estar en manos del ejército, un ejército que disparaba tiro al blanco a los transeúntes, a la gente que pasaba. Después del toque de queda el que saliera a la calle era hombre muerto. Entonces vino el comienzo, la gran apertura de la época de la violencia, porque en los pueblos era peor.
¿Y vos de niño, tenías catorce años, sentiste, eras conciente de que empezó como una cosa… que había cambiado la vida, el país?
Que había cambiado. Mi abuela, mi bisabuela, alguna vez dijo cuando subió el Partido Conservador: “Si sube el Partido Conservador, correrán ríos de sangre”, dijo mi bisabuela en un tono profético, y estábamos ahí…
¿Antes del 46, antes de que subiera Mariano Ospina?
Sí, exacto. Y así fue, empezaron a correr los ríos de sangre que no han parado hasta ahora.